lunes, 23 de mayo de 2016

El banco del parque





Llegó al parque como cada mañana y como cada mañana encontró el banco que consideraba suyo y que le esperaba como ese fiel amigo que nunca se va, que se queda allí petrificado en el tiempo pero que le recibe con ese amor que da la complicidad que surge con el trato de cada día, con esas confidencias hechas en silencio, con esa paciencia de quien te quiere y te espera, de quien escucha y abraza amorosamente al amigo que sufre sin queja.
Existe una gran afinidad entre los dos, también como él, ese banco ve pasar las horas, los días, los meses siempre iguales, sin cambios, sin sobresaltos, sin acordarse de algo diferente que ocurrió en el día anterior, porque realmente... no ocurrió nada.
No sabe si ayer fue ayer o antes de ayer, no sabe si fue lunes o domingo, solo sabe que es invierno y que el frío le cala los huesos aunque se abrigue, solo sabe que su cuerpo protesta, que cada paso le produce dolor y que sus huesos chirrían como si de un coche viejo se tratara.
Se levanta cuando amanece y se dedica a sus tareas rutinarias, el café, el desayuno, el aseo...todas esas cosas que antes hacía rápidamente para salir y llegar a tiempo de fichar a su hora en su puesto de trabajo, pero que ahora lo hace lentamente, no hay prisa, no pasará nada importante, el día acabará como todos los días, sin sorpresas...Solo su gato lo hacía sentir útil, él se restregaba en sus piernas para hacerle saber que estaba allí y que lo necesitaba, era su única compañía y el que lo sacaba a veces de su rutina y como no, el que escuchaba sus monólogos sin pestañear.
Se sentó en el banco como cada día, abrió su libro como cada día y también como cada día no leyó, su mente divagaba, recordaba otros tiempos, últimamente solo pensaba en esos otros tiempos, su niñez, sus padres, sus hijos, toda su vida era rememorada con la vista perdida y el libro abierto.
Ya no identificaba lo que sentía, no sabía si era dolor, añoranza, cansancio...si, cansancio, eso era, cansancio.
Miró su reloj, era ya la hora de ir a casa, de preparar su almuerzo, de dormir ese pequeño sueño que da paso luego a la tarde, luego vendrá la noche, dormirá, se despertará y vuelta a empezar.
Se levantó del banco, lo saludó al marchar como si de una persona se tratara con un;
¡hasta mañana!
Y pensó;
-o no, quizá no será hasta mañana...-