jueves, 26 de mayo de 2016

La voz de mi padre









Mi padre me contaba cuentos por la noche, no leía cuentos, la posguerra arrasó muchas cosas en mi casa, incluso los cuentos para niños, pero él con poca imaginación y mucha voluntad y amor, se inventaba cuentos que más que dormirme, despertaban en mi a veces risas y otras veces alguna lágrima.

Me parece oírlo en el silencio de aquellas noches en las que solo se oían los grillos a través de la ventana y algún perro que ladraba. En el Arrecife de los años 50 no había luz eléctrica en la mayoría de las casas, la vela y el quinqué eran nuestra luz, así que el silencio era nuestro arrullo.
Yo era muy pequeña, las sombras producidas por la llama de la vela me daban miedo y cuando llegaba la hora de dormir mi padre me acompañaba con sus cuentos, también y para que dejase de tener miedo a las sombras reproducía con sus manos diversas figuras de animales.

Su voz en aquellos momentos la recuerdo muy cálida, era una voz protectora, que irradiaba confianza y seguridad. Yo me acurrucaba poniendo mi cabeza sobre su pecho, recuerdo que ponía mi oreja sobre su corazón para oír su latido y así con ese tic tac y su voz me quedaba dormida.

La voz de mi padre era a veces suave cuando mimaba, seria y profunda cuando aconsejaba, era dura, pocas veces, cuando reñía.

Era una voz varonil, amable, que no sabía de gritos y malos modos.

Una voz inolvidable que aún resuena en mis oídos, una voz que reconocería entre mil.




miércoles, 25 de mayo de 2016

Las manos vacias





Cansada, triste y vacía... Así se sintió ese día mientras paseaba por el camino bordeado de arboles que tanto le gustaba, el camino que con el paso de los años seguía allí, inamovible, conservando toda su belleza, silencio y frescor. En invierno sus ramas sin hojas le daban ese aire de misterio que acentuaba la niebla que solía haber en la zona y en verano sus frondosas ramas proporcionaban sombra y frescor a los paseantes. Estos arboles eran los mismos que antaño vigilaban sus juegos, aquellos que en sus ramas guardaban las voces infantiles, su propia voz que se unía a la algarabía del resto de sus compañeros de juegos. Entrecerró los ojos y le pareció verse a si misma correteando por el medio del camino en aquellos atardeceres de la primavera.
Ahora no era primavera, era invierno... También lo era en su vida, habían pasado muchos años, paseaba muy abrigada porque la tarde caía y hacía frío, se encontró de pronto con su vida vacía, miró sus manos y vio que en ellas ya no retenía nada, todas las cosas de valor que un día retuvo habían desaparecido poco a poco y casi sin darse cuenta.
Pensó en sus padres, le parecía tan cercana la voz de su padre cuando la llamaba. El tenía mucha paciencia, era su niña, la mimaba sin malcriarla, ella lo respetaba pero lo adoraba, cuando regresaba a casa después del trabajo corría siempre a su encuentro para sentarse en sus rodillas y llenarlo de besos. Otras veces, cuando él le reñía bajaba la cabeza y se iba a su habitación. Pronto iba él para hacerle un mimo.
Lo perdió muy pronto. Para ella fue un golpe muy duro, el primero que le daba la vida, en la ignorancia de su juventud pensó que nunca lo superaría, no sabía que eso era solo el comienzo, que la vida le tenía reservadas más cosas, ignoraba que la vida es a ratos reír y a ratos llorar. Que las lagrimas y el dolor juegan al escondite con las risas y las alegrías.
Más tarde se fue su madre, su marido, y así uno detrás de otro se fueron marchando todos. Sus hijos volaron del nido. Ella veía su casa que antes estaba llena de bullicio, ahora silenciosa y solitaria. La jubilación llegó, la vejez también y las metas e ilusiones volaron.
Pensó que su tarea había acabado ya. Nada la retenía, le habían abandonado las fuerzas, estaba cansada y al mismo tiempo contenta del deber cumplido. Sabía que muy pronto se marcharía, lo presentía.
Volvió a su casa, hacía mucho frío, no conseguía entrar en calor y decidió irse a la cama temprano, se abrigó con las mantas y pensó lo feliz que sería quedándose eternamente dormida, con ese pensamiento cerró sus ojos...
Al día siguiente después de mucho llamarla, sus hijos abrieron la puerta y la encontraron plácidamente dormida con una sonrisa en su rostro, como si su última sensación hubiera sido de felicidad.


lunes, 23 de mayo de 2016

El banco del parque





Llegó al parque como cada mañana y como cada mañana encontró el banco que consideraba suyo y que le esperaba como ese fiel amigo que nunca se va, que se queda allí petrificado en el tiempo pero que le recibe con ese amor que da la complicidad que surge con el trato de cada día, con esas confidencias hechas en silencio, con esa paciencia de quien te quiere y te espera, de quien escucha y abraza amorosamente al amigo que sufre sin queja.
Existe una gran afinidad entre los dos, también como él, ese banco ve pasar las horas, los días, los meses siempre iguales, sin cambios, sin sobresaltos, sin acordarse de algo diferente que ocurrió en el día anterior, porque realmente... no ocurrió nada.
No sabe si ayer fue ayer o antes de ayer, no sabe si fue lunes o domingo, solo sabe que es invierno y que el frío le cala los huesos aunque se abrigue, solo sabe que su cuerpo protesta, que cada paso le produce dolor y que sus huesos chirrían como si de un coche viejo se tratara.
Se levanta cuando amanece y se dedica a sus tareas rutinarias, el café, el desayuno, el aseo...todas esas cosas que antes hacía rápidamente para salir y llegar a tiempo de fichar a su hora en su puesto de trabajo, pero que ahora lo hace lentamente, no hay prisa, no pasará nada importante, el día acabará como todos los días, sin sorpresas...Solo su gato lo hacía sentir útil, él se restregaba en sus piernas para hacerle saber que estaba allí y que lo necesitaba, era su única compañía y el que lo sacaba a veces de su rutina y como no, el que escuchaba sus monólogos sin pestañear.
Se sentó en el banco como cada día, abrió su libro como cada día y también como cada día no leyó, su mente divagaba, recordaba otros tiempos, últimamente solo pensaba en esos otros tiempos, su niñez, sus padres, sus hijos, toda su vida era rememorada con la vista perdida y el libro abierto.
Ya no identificaba lo que sentía, no sabía si era dolor, añoranza, cansancio...si, cansancio, eso era, cansancio.
Miró su reloj, era ya la hora de ir a casa, de preparar su almuerzo, de dormir ese pequeño sueño que da paso luego a la tarde, luego vendrá la noche, dormirá, se despertará y vuelta a empezar.
Se levantó del banco, lo saludó al marchar como si de una persona se tratara con un;
¡hasta mañana!
Y pensó;
-o no, quizá no será hasta mañana...-




lunes, 2 de mayo de 2016

Cambiar


El camino trazado es cómodo,
es fácil seguir en el,
sin agobios,
sin sobresaltos,
asumiendo la rutina y la monotonía,
con las horas llenas de mariposas del pasado,
acunando tus recuerdos,
llenando tu vida con risas y llantos de otras vidas,
otras que solo pasan a tu lado sin quedarse.
Hasta mañana mamá! Adios Abuela!
Y se van...
Y tu te quedas con tus mariposas,
y piensas....
Es momento de cambiar?
Y tienes miedo a lo  desconocido,
a navegar por otros mares,
y quizá prefieras seguir con tu rutina y tus mariposas,
o  liberarlas y dejar de acunar.
Quizá prefieras arriesgar enterrando la rutina
y envejecer riendo tus propias risas,
llorando tus propias lagrimas. 






domingo, 1 de mayo de 2016

Cansado de navegar

Mucho tiempo navegando,
con las velas desplegadas,
siempre a toda marcha,
plantando cara a los vientos,
a olas furiosas,
a los huracanes.
Siempre defendiendo su casco
de piratas y rufianes.
Dichoso cuando la mar estuvo en calma,
arrullándose, cuando la brisa acariciaba.
Su casco ahora envejecido,
ahora sus velas marchitas, ajadas, mustias...
LLegó el momento de quedarse en puerto,
el momento de dejar la lucha,
de ceder terreno,
de solo arrullarse en la cuna del puerto.