miércoles, 25 de mayo de 2016

Las manos vacias





Cansada, triste y vacía... Así se sintió ese día mientras paseaba por el camino bordeado de arboles que tanto le gustaba, el camino que con el paso de los años seguía allí, inamovible, conservando toda su belleza, silencio y frescor. En invierno sus ramas sin hojas le daban ese aire de misterio que acentuaba la niebla que solía haber en la zona y en verano sus frondosas ramas proporcionaban sombra y frescor a los paseantes. Estos arboles eran los mismos que antaño vigilaban sus juegos, aquellos que en sus ramas guardaban las voces infantiles, su propia voz que se unía a la algarabía del resto de sus compañeros de juegos. Entrecerró los ojos y le pareció verse a si misma correteando por el medio del camino en aquellos atardeceres de la primavera.
Ahora no era primavera, era invierno... También lo era en su vida, habían pasado muchos años, paseaba muy abrigada porque la tarde caía y hacía frío, se encontró de pronto con su vida vacía, miró sus manos y vio que en ellas ya no retenía nada, todas las cosas de valor que un día retuvo habían desaparecido poco a poco y casi sin darse cuenta.
Pensó en sus padres, le parecía tan cercana la voz de su padre cuando la llamaba. El tenía mucha paciencia, era su niña, la mimaba sin malcriarla, ella lo respetaba pero lo adoraba, cuando regresaba a casa después del trabajo corría siempre a su encuentro para sentarse en sus rodillas y llenarlo de besos. Otras veces, cuando él le reñía bajaba la cabeza y se iba a su habitación. Pronto iba él para hacerle un mimo.
Lo perdió muy pronto. Para ella fue un golpe muy duro, el primero que le daba la vida, en la ignorancia de su juventud pensó que nunca lo superaría, no sabía que eso era solo el comienzo, que la vida le tenía reservadas más cosas, ignoraba que la vida es a ratos reír y a ratos llorar. Que las lagrimas y el dolor juegan al escondite con las risas y las alegrías.
Más tarde se fue su madre, su marido, y así uno detrás de otro se fueron marchando todos. Sus hijos volaron del nido. Ella veía su casa que antes estaba llena de bullicio, ahora silenciosa y solitaria. La jubilación llegó, la vejez también y las metas e ilusiones volaron.
Pensó que su tarea había acabado ya. Nada la retenía, le habían abandonado las fuerzas, estaba cansada y al mismo tiempo contenta del deber cumplido. Sabía que muy pronto se marcharía, lo presentía.
Volvió a su casa, hacía mucho frío, no conseguía entrar en calor y decidió irse a la cama temprano, se abrigó con las mantas y pensó lo feliz que sería quedándose eternamente dormida, con ese pensamiento cerró sus ojos...
Al día siguiente después de mucho llamarla, sus hijos abrieron la puerta y la encontraron plácidamente dormida con una sonrisa en su rostro, como si su última sensación hubiera sido de felicidad.