Cansada,
triste y vacía... Así se sintió ese día mientras paseaba por el
camino bordeado de arboles que tanto le gustaba, el camino que con el
paso de los años seguía allí, inamovible, conservando toda su
belleza, silencio y frescor. En invierno sus ramas sin hojas le daban
ese aire de misterio que acentuaba la niebla que solía haber en la
zona y en verano sus frondosas ramas proporcionaban sombra y frescor
a los paseantes. Estos arboles eran los mismos que antaño vigilaban
sus juegos, aquellos que en sus ramas guardaban las voces infantiles,
su propia voz que se unía a la algarabía del resto de sus
compañeros de juegos. Entrecerró los ojos y le pareció verse a si
misma correteando por el medio del camino en aquellos atardeceres de
la primavera.
Ahora
no era primavera, era invierno... También lo era en su vida, habían
pasado muchos años, paseaba muy abrigada porque la tarde caía y
hacía frío, se encontró de pronto con su vida vacía, miró sus
manos y vio que en ellas ya no retenía nada, todas las cosas de
valor que un día retuvo habían desaparecido poco a poco y casi sin
darse cuenta.
Pensó en sus padres, le parecía tan cercana la voz de su padre cuando la llamaba. El tenía mucha paciencia, era su niña, la mimaba sin malcriarla, ella lo respetaba pero lo adoraba, cuando regresaba a casa después del trabajo corría siempre a su encuentro para sentarse en sus rodillas y llenarlo de besos. Otras veces, cuando él le reñía bajaba la cabeza y se iba a su habitación. Pronto iba él para hacerle un mimo.
Pensó en sus padres, le parecía tan cercana la voz de su padre cuando la llamaba. El tenía mucha paciencia, era su niña, la mimaba sin malcriarla, ella lo respetaba pero lo adoraba, cuando regresaba a casa después del trabajo corría siempre a su encuentro para sentarse en sus rodillas y llenarlo de besos. Otras veces, cuando él le reñía bajaba la cabeza y se iba a su habitación. Pronto iba él para hacerle un mimo.
Lo
perdió muy pronto. Para ella fue un golpe muy duro, el primero que
le daba la vida, en la ignorancia de su juventud pensó que nunca lo
superaría, no sabía que eso era solo el comienzo, que la vida le
tenía reservadas más cosas, ignoraba que la vida es a ratos reír y
a ratos llorar. Que las lagrimas y el dolor juegan al escondite con
las risas y las alegrías.
Más
tarde se fue su madre, su marido, y así uno detrás de otro se
fueron marchando todos. Sus hijos volaron del nido. Ella veía su
casa que antes estaba llena de bullicio, ahora silenciosa y
solitaria. La jubilación llegó, la vejez también y las metas e
ilusiones volaron.
Pensó
que su tarea había acabado ya. Nada la retenía, le habían
abandonado las fuerzas, estaba cansada y al mismo tiempo contenta del
deber cumplido. Sabía que muy pronto se marcharía, lo presentía.
Volvió
a su casa, hacía mucho frío, no conseguía entrar en calor y
decidió irse a la cama temprano, se abrigó con las mantas y pensó
lo feliz que sería quedándose eternamente dormida, con ese
pensamiento cerró sus ojos...
Al día siguiente después de mucho llamarla, sus hijos abrieron la puerta y la encontraron plácidamente dormida con una sonrisa en su rostro, como si su última sensación hubiera sido de felicidad.
Al día siguiente después de mucho llamarla, sus hijos abrieron la puerta y la encontraron plácidamente dormida con una sonrisa en su rostro, como si su última sensación hubiera sido de felicidad.